domingo, 20 de octubre de 2019

El ermitaño


Hace ya unos años, no sé exactamente cuántos, vagaba por los bosques y los páramos de Castilla un hombre que no tenía nada. Buscaba frutos que recolectar entre la maleza y se las ingeniaba para dar caza a algún conejo o una perdiz. Sabía dónde podía guarecerse por las noches o cómo construir pequeños intentos de choza, siempre que no encontraba cuevas, ruinas o cabañas poco frecuentadas por sus dueños. Era capaz de hacer fuego de forma prodigiosamente eficaz, y, aunque no conozco sus procedimientos, sé que no se ayudaba de ningún objeto medianamente moderno: ni cerillas ni mechero.

Puede que ese hombre fuese más viejo que un gato al que los ratones temen aún sin ver; pero lo cierto es que nadie sabe cuál era su edad, si bien su aspecto trabajado a sol, frío y picardía parecía atestiguarlo como un Matusalén de nuestro tiempo. La vida del hombre, desordenada y a merced del verdor de los campos, se vio atropelladamente interrumpida cuando subiendo una ladera le cayó un piano vertical en la cabeza.

Más extraño que su muerte, que resulta una conclusión más que lógica tras situarse bajo un piano que cae, me parece el hecho de que fuese encontrado por una excursión escolar que pululaba por la zona. Al parecer el profesor a cargo del grupo, en un arrebato presuntuoso de resultar superior a los niños, atacó violentamente el Preludio en do sostenido menor de Rachmaninoff.

Tal era el horror de la torpe interpretación del maestro que, aun sin causarles ningún desasosiego, todos los niños echaron a correr despavoridos con el pretexto de sentir miedo del hombre inmóvil de cráneo difuso bajo el instrumento.

  -Malditos mocosos… -masculló don Ignacio-. ¿Cómo serán capaces de no derrumbarse de un golpe de síndrome de Stendhal?

Aún hoy, si se sabe dónde, se puede encontrar el piano en el campo, medio comido por la hierba y cada vez más desafinado. Pero sigue funcional. De cuando en cuando el eco me trae un Chopin chirriante, un Shostakóvich cojo o un Beethoven disonante. 

En esos momentos esbozo una sonrisa condescendiente y comprensiva por el intérprete. No debe ser fácil que un piano suene bien con un ermitaño bajo sus maderas.

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