sábado, 31 de agosto de 2019

12:30 AM

Mientras llegábamos a su casa, en la curva de una cuesta no muy pronunciada que limita con el monte por el sureste, no pensábamos ni remotamente en ninguno de los extraños sucesos que estaban a punto de desencadenarse. Hacía una noche estupenda, a fin de cuentas. Una de las últimas noches del verano.

Entre conversaciones banales y anécdotas graciosas, llegamos a la cancela de hierro de la entrada. Juan trabajaba a la mañana siguiente, por lo que, aunque no era muy tarde, se despidió de nosotros y entró primero al patio y luego a su casa. 

Seguimos subiendo la cuesta, retomando las risas y los despreocupados parloteos. Unos pocos metros después nos dimos cuenta de que yo aún tenía el móvil de Juan. 
En un descuido minutos antes, uno de nosotros, no recuerdo quién, le quitó el móvil de su riñonera, y, esperando que se diese cuenta de su ausencia, me lo guardé en el bolsillo. Una de esas bromas que no son demasiado divertidas pero que aún así se llevan a cabo. Y todos nos olvidamos de ello al momento.
Así las cosas, desandamos el camino hasta su casa y llamamos al timbre. No salió nadie. Insistimos un par de veces más, esperando no despertar a sus padres, pero al parecer lo conseguimos. Su madre salió por fin, con un aire vehemente y preocupado.

  -¿Qué pasa? ¿Ha pasado algo?

  -No, perdona por haberte despertado. Veníamos a darle el móvil a Juan - le explicamos la broma y nuestro despiste, disculpándonos de vez en cuando.

  -Supusimos que saldría él. Acaba de entrar hace nada - apuntó Alex.

  -¿Quién?

  -Juan, claro.

Tras tres segundos de un silencio pesado y oscuro, su madre respondió con voz queda y un gesto de horror en el rostro.

  -En casa no ha entrado nadie. Estaba en el comedor, lo habría visto.

De nuevo ese incómodo silencio cayó entre nosotros, por un tiempo que no sabría determinar. Todos estábamos confundidos e inquietos.
  
  -P... pero si le hemos visto entrar... no hace ni dos min...

  -¡Eh! - me cortó Clara a viva voz. - ¡Ahí hay alguien tumbado!

Efectivamente, cruzando la calle en una era, donde casi no iluminaban las farolas del paseo, Juan yacía boca arriba. Con el corazón en un puño corrimos hasta él. Parecía estar dormido o desmayado, pero su gesto era tenso y su expresión aterrada. Bastó un leve zarandeo para despertarlo.

  -Juan, ¿qué ha pasado? - preguntamos entrecortadamente. - Te vimos entrar en casa.

Le costó empezar a hablar; temblaba agitadamente y le costaba respirar. Al fin, apresuradamente, arrancó.

  -Sí, entré. Pero nada más cerrar la puerta he oído algo que me ha asustado tanto que casi me vuelvo loco... O... oí a mi madre hablándome... - se quedó sin voz.

Oímos como un perro aullaba a lo lejos.

  -¿Y eso qué tiene de extraño? - le preguntó Alex mientras nos miramos sin comprender. - Ella nos ha abierto y hemos estado hablando. Dice que no te vio entrar. Está aquí... - nos giramos, buscándola. Pero no la vimos detrás de nosotros y en la puerta abierta de la casa sólo había oscuridad.

Juan parecía a punto de desplomarse. El viento bajaba ahora muy frío del monte o el calor se escapaba de nuestros cuerpos muy deprisa. Cada vez se oían más y más perros aullando. Estábamos muy intranquilos, la tensión era insoportable.

Juan por fin habló. Susurró ronco, pero todos le oímos a la perfección.

  -Mis padres se han ido el fin de semana. No vuelven hasta mañana por la noche. En casa no hay nadie.

En ese preciso instante, a las doce y media, cuando el viento cesó y los perros callaron al unísono, una fuerza indescriptiblemente densa y terrible, golpeó nuestra cordura. Como posesos, corrimos monte arriba mientras veíamos como la cancela de hierro de la entrada se cerraba sola de un violento portazo.

jueves, 15 de agosto de 2019

Antes de las elecciones

Bebo rayos de luz que manan
de las persianas echadas.
Cierro los ojos para poder
verme a mí mismo por dentro.

Huelo el olor de la comida
que nunca pensé cocinar.
Toco el aire con la siniestra
y con la diestra no me hablo.

Pienso en el color
de las fotos grises y sepia.
Siento un dolor en la cima
de la democracia española.

Gano más premios
que patadas recibo.
Oigo más ruido en derredor
que al pobre Shostakovich.

No sé lo que estoy escribiendo.