jueves, 29 de octubre de 2015

Invidente percepción

En lo alto de su torre, paciente aguarda
el tañer de las campanas de cristal,
y su figura gallarda
apenas esboza un deje especial.
Allá reside feliz y aisladamente,
ajeno a aquello que desde la altura
se escapa al ojo impertinente
que se atreve a informar a la figura.

Nada ni a nadie conoce,
tan sólo de la soledad el roce.

Al sonar por fin su música,
sueña que en un mar vuela
con un barco sin vela,
una estridencia anestésica.

Y se atreve a soñar,
mas nunca se atreve a bajar.
-Mañana- dice cada día-
caminaré por las calles,
por montañas y valles,
pero hoy no, no hoy.
Y, así a diario engañaría,
a su invidente percepción.

lunes, 26 de octubre de 2015

Impuesto solar

El sonido del tiempo

Un hombre se levanta de madrugada,
solo, no hay nadie más en la casa.
El corazón, angustiado, palpita vehemente;
el mundo de los sueños es terrorífico.
El hombre está asustado, sin saber por qué;
ya no recuerda su pesadilla,
ni siquiera sabe dónde está.
Recostado en el lecho, intenta pensar.

Poco a poco, se da cuenta;
es su cama, su habitación, su casa.
Eso no le hace sentir mejor.
Se levanta torpemente; le cuesta,
y con cojo andar, se dirige al baño.
El interruptor chasca y se hace la luz.
Avanza hasta el lavabo y se refresca.
Al coger la toalla le duelen las manos,
y los brazos se resienten al secarse.

Y al levantar la cabeza, mira al espejo,
y reconoce en el viejo su rostro.
Unos ojos de un azul pálido
se miran a si mismos con tristeza.
El tiempo ha hecho mella en él,
es el precio por su longevidad.
Una idea viene a su mente
pero la aparta enseguida, parpadea,
cierra los ojos con fuerza y suspira.

En el salón sólo se oye el sordo resonar
del reloj, colgado en la pared.
El tiempo, inexorable en su avance, 
le recuerda con cada ruido de las manecillas
que podría ser mañana,
que podría ser ahora.
Y más aterrado que un ignorante,
se sienta en el sillón a esperarla un día más.