lunes, 18 de noviembre de 2019

¿Quién sabe?


Quizá, de exasperantes furias intensas
sea recorrido el espacio circundante,
con trabajosa rabia enardecida,
que lleva de la puerta al escritorio.

Quizá pueda la voluntad ominosa
de la mente que por dentro me habita
domeñar la desidia de mis miembros
hacia lugares aun inexplorados.  

Quizá con penosa calma aparente,
vengue en la noche las horas
de sueño vacío y vueltas entre sábanas
con los ojos cerrados de par en par.

Quizá la luz titilante y etérea
se propague tenebrosa por los muebles,
bolsas con telas y pinturas,
a la espera de poder apagarse.

Quizá haya muescas extendidas
por toda piel lívida de mi cuerpo
que no lleguen nunca a cicatrizar
ni tampoco a infectarse demasiado.

Quizá persiga en vano a fantasmas
que jamás murieron del todo,
incendiarias almas resistentes
en su inexpugnable fortaleza liviana.

Quizá redacte, con miedo a mis ojos,
versos delicados y terribles,
e intente con desesperada resignación
censurar de antemano mis palabras.

Quizá, la llegada de los rosados
dedos nubosos de Eos y ese frío que
revolotea en cada obstinada aparición
de la diosa me redima un poco.

Quizá el bullicioso cantar de los gorriones,
que en estos días a reunirse empiezan
sobre árboles sobrios y húmedos tejados,
sea perpetuamente quedo y audible.

Quizá mi concepción romántica y barroca,
mi melancólica visión de poeta,
lo pretencioso y ofensivo de mi ambición
multidisciplinaria, no sea para tanto.

Quizá el pathos que rige de base
mi música, pintura, escritos; mi vida,
exista fuera de los retorcidos límites
de las circunvoluciones de mi seso.

Quizá, como Poe dejó escrito,
hay en el corazón del más valiente
cuerdas que no pueden ser tocadas
sin despertar intensas emociones.

Quizá pueda, sin la vergüenza que
me consume, sentirme libre de ser
digno heredero de todo arte cuánto
hasta ahora me ha precedido.

Quizá algo aporte a la belleza extraña
del cuerpo desnudo de los humanos
mi amorosa intención empedernida,
mi despreocupada obsesión por la carne.

Quizá el atento cuidado embrutecido
de azadones y rastrillos a mi huerto,
me ponga los pies en la tierra flemática
que algún día habré de alimentar.

Quizá, desdeñosas, las estaciones
dejen algún rastro provechoso
a su constante y acostumbrado paso
por la película que protagonizo.

¿Y quién, salvo quizá yo mismo,
puede rebatir, o confirmar siquiera,
alguna de estas opulentas suposiciones
hechas en la oscura madrugada?
  



No hay comentarios:

Publicar un comentario