Quizá,
de exasperantes furias intensas
sea
recorrido el espacio circundante,
con
trabajosa rabia enardecida,
que
lleva de la puerta al escritorio.
Quizá
pueda la voluntad ominosa
de
la mente que por dentro me habita
domeñar
la desidia de mis miembros
hacia
lugares aun inexplorados.
Quizá
con penosa calma aparente,
vengue
en la noche las horas
de
sueño vacío y vueltas entre sábanas
con
los ojos cerrados de par en par.
Quizá
la luz titilante y etérea
se
propague tenebrosa por los muebles,
bolsas
con telas y pinturas,
a
la espera de poder apagarse.
Quizá
haya muescas extendidas
por
toda piel lívida de mi cuerpo
que
no lleguen nunca a cicatrizar
ni
tampoco a infectarse demasiado.
Quizá
persiga en vano a fantasmas
que
jamás murieron del todo,
incendiarias
almas resistentes
en
su inexpugnable fortaleza liviana.
Quizá
redacte, con miedo a mis ojos,
versos
delicados y terribles,
e
intente con desesperada resignación
censurar
de antemano mis palabras.
Quizá,
la llegada de los rosados
dedos
nubosos de Eos y ese frío que
revolotea
en cada obstinada aparición
de
la diosa me redima un poco.
Quizá
el bullicioso cantar de los gorriones,
que
en estos días a reunirse empiezan
sobre
árboles sobrios y húmedos tejados,
sea
perpetuamente quedo y audible.
Quizá
mi concepción romántica y barroca,
mi
melancólica visión de poeta,
lo
pretencioso y ofensivo de mi ambición
multidisciplinaria, no sea para tanto.
Quizá
el pathos que rige de base
mi
música, pintura, escritos; mi vida,
exista
fuera de los retorcidos límites
de
las circunvoluciones de mi seso.
Quizá,
como Poe dejó escrito,
hay
en el corazón del más valiente
cuerdas
que no pueden ser tocadas
sin
despertar intensas emociones.
Quizá
pueda, sin la vergüenza que
me
consume, sentirme libre de ser
digno
heredero de todo arte cuánto
hasta
ahora me ha precedido.
Quizá
algo aporte a la belleza extraña
del
cuerpo desnudo de los humanos
mi
amorosa intención empedernida,
mi
despreocupada obsesión por la carne.
Quizá
el atento cuidado embrutecido
de
azadones y rastrillos a mi huerto,
me
ponga los pies en la tierra flemática
que
algún día habré de alimentar.
Quizá,
desdeñosas, las estaciones
dejen
algún rastro provechoso
a
su constante y acostumbrado paso
por
la película que protagonizo.
¿Y
quién, salvo quizá yo mismo,
puede
rebatir, o confirmar siquiera,
alguna
de estas opulentas suposiciones
hechas
en la oscura madrugada?