Dos horas antes de morir estaba
tan emocionada que apenas podía aguantar un segundo en la misma posición. Se
movía constantemente, con una sonrisa de ilusión que le hacía brillar. Siempre
brillaba, a veces más, a veces menos; pero en ese momento parecía tener un halo
de luz que emanaba de lo más profundo de su ser.
A cada poco, la emoción y la impaciencia le desbordaban y se tapaba el rostro con ambas manos, emitiendo un leve chillido de alegría. Era todo demasiado bueno. No podía ser de verdad.
A cada poco, la emoción y la impaciencia le desbordaban y se tapaba el rostro con ambas manos, emitiendo un leve chillido de alegría.
Iba a venir a casa. Iba a verlo
esta noche.
Y lo vio. Fue lo último que hizo,
mientras sentía cómo el frío acero del cuchillo se clavaba en su pecho. No había amor en los ojos del
hombre, nunca lo hubo realmente, pero el amor de los suyos le cegó. Ahora veía
cómo eran las cosas. Demasiado tarde, desgraciadamente.
Y así, poco a poco se fue
apagando su luz, a la par que la sangre escapaba de los latidos de su corazón
herido de muerte.
Instintivamente pensó en decir “¿Por qué? Te quería…”, pero no fueron
esas sus últimas palabras. En lugar de esto dijo:
-Ojalá Dios hubiese existido.
Entonces, todo fue oscuridad para
ella. Para mí, la luz había cesado por siempre, y ahora sólo quedaba un enorme
vacío irreemplazable. La noche en que aquel hombre asesinó a la chica marcó el
inicio de mis pesadillas.
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