lunes, 12 de septiembre de 2016

Malas experiencias

Lo peor que me sucedió aquel día, contrariamente a lo que podría pensarse, no fue ver cómo poco a poco la figura se acercaba, con una languidez exasperante. No parecía sino una mancha muy oscura, casi negra, envuelta en raídos harapos que en su día debieron ser algo similar a una capa. El rostro quedaba oculto bajo una capucha, pero se intuían unos rasgos toscos y mortecinos, de una palidez contrastante. Caminaba, o mejor dicho, se deslizaba por el frío suelo de piedra gris, sin prisa, casi con cautela.

Estaba ya muy cerca de mí, tanto que podía tocarla. Levantamos un brazo al mismo tiempo, y de forma sincronizada intentamos tocarnos las manos. Con idéntico gesto de horror, la figura y yo retrocedimos torpemente, nos giramos y salimos corriendo de la cripta.

Sin duda lo peor de todo fue darme cuenta de que allí había un espejo, y que el pasillo por el que avanzaba el encapuchado no era más que la imagen del pasillo que yo dejaba atrás. Es innegablemente terrible hacerse a la idea de que somos nuestras propias parcas. 

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