miércoles, 7 de septiembre de 2016

Liberación

Mientras avanzaba lentamente, el anciano, que se apoyaba en un elaboradísimo bastón de madera oscura y empuñadura de filigranas plateadas, notó la humedad en sus pies. Las zapatillas de tela que llevaba puestas estaban completamente empapadas de un líquido rojizo, casi negro.

De forma desesperante cesó sus pasos y sin mirar hacia abajo fijó la mirada en el retrato, con una hórrida sonrisa en su rostro arrugado.

Cuando la sangre le llegaba por las rodillas, no pudo aguantar más y empezó a reír. Primero de forma tenue, pero cuando se encontraba cubierto hasta la cintura, las carcajadas se habían vuelto atronadoras, y tenían además un matiz inquietante y perturbador. 

De repente todo resultaba absurdamente posible, fácil incluso. ¡Qué irónico! La sangre lo tapaba ya completamente, y sumergido en su espesa presencia ferrosa, no paraba de reír. Tampoco quería.


Al poco, sus familiares entraron al pasillo. Lo encontraron tirado en el suelo, en una postura nada natural frente a una foto de su esposa. Aunque, como después supieron, se había fracturado la cadera y tenía una importante contusión en la columna, seguía riendo más y más, con el rostro desencajado en una expresión insana, deshumanizada y vacía.


La edad y la viudez por fin habían vencido. A sus 87 años, se había vuelto completamente loco.  

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