Cada vez le costaba más reunir el
valor necesario para siquiera pensar en serio hacerlo. No era raro, nunca había
sido precisamente valeroso. Pero buscaba en su psique de forma desesperante una
y otra vez la oportunidad, la forma y las condiciones tratando de imaginar los
resultados. Algo muy complicado de predecir.
Las negaciones rotundas no existían,
ambos lo sabían desde hacía mucho tiempo. Sencillamente no podían permitírselo. Había periodos de más y de menos; mantenían las distancias, pero siempre quedaba algo, un atractivo mutuo permanente, un perpetuo deseo de fondo. Una atracción animal, primaria, que permanecía en un
fondo atávico y contra la cual no había oposición posible.
Tanto así, que acabó por
acercarse a ella y perder la cabeza. Literalmente.
Es muy dura la vida de las mantis
religiosas…