El cielo se tiñe en los tonos
que a bien tuvo en ofrecer el día,
busca en su faz la primera luz
que con tímida nubosidad se ruboriza,
pensando, quizá, que colores lucir.
Crecen demasiado las nubes;
hay que volver a pintar,
un toque aquí y otro allá,
con gracia, al azar,
dejando ver el azul, el blanco,
y al dorado deslumbrar.
Con pausada velocidad
plasma en su cuerpo la paleta,
amplia y satisfactoria,
que va agotando, aprovechando
y se oscurece al crepúsculo,
cuando el morado y el añil
desdibujan su contorno.
El naranja y el amarillo
han desaparecido ya,
la luz, arriba a la izquierda,
pálida cuasi circular
que resalta un azul oscuro,
negro, salpicado en blancos
pequeños y brillantes.